Unions and academies, hand on hand with fraud

For as long as one or two decades, Spanish unions have been commiting a continuing fraud with public funds and training courses; an undeniable practice, one of those vox populi realities which, because of their continuous impunity, has ended being considered as normal: “that’s how it works”, people finally think.
Obviously, the protagonism and guilt of the unions is beyond any reasonable doubt, despite their leaders emphatically deny it–which is their right, of course, as any impreached has the right to lie for his own sake according to Spanish laws.
However, to honour justice, we must also accuse other culprits who have as well profited the abuse. But, previously, I guess I must explain to those who ignore it how these deceptions work:
There are public funds for the training and updating of the unemployed, part of which (the funds) are handled to the unions for these to organize and convene the training courses. Naturally, unions are obliged to render an account of the destination of the money; but they’re not the ones to give the courses; these are implemented by private schools, or freelance teachers, hired to that purpose by the unions. So far, so good. Now, what’s what really happens? For an academy to opt for one of those contracts and be awarded the job, they have to submit themselves to one unavoidable condition: when issuing the invoice for their services, they have to state an amount several times higher than the real price of the course: twice, thrice, maybe five times, depending on the case. Thus, the unions pocket such extra charges and justify payments much larger than those carried out. Now, to tally the accounting, the school or the freelancer must needs a way of showing expenses in the amount of the seized money by the unions; otherwise the school should pay so much taxes (for a money they didn’t get) that there would be no gain. No problem! Everything is thought of: the unions provide the academies with a so-called “counter-bill”, i.e., a fake invoice about some imaginary expenses of the academy in order to implement the training course. These fictitious expenses diminish the fictitious income, and everything is balanced.
Of course, unions are the main ones to benefit, pocketing tremendous amounts of public money. But also the dishonest private schools or freelancers profit, as their aquiescence with the fraud enables them to be granted a contract which, had they been honest, would have been out of their reach. Therefore, as we can see, for the deception to work it’s necessary to count on the cooperation of those businesses; withouth this cooperation, the swindle would not be. Now, at least in Spain, any laws student knows that the necessary cooperator in an offence is as guilty as the author himself. Let’s not forget that a business is only as clean as the less filthy of the parts involved.
More yet: if we were to ascertain civic responsibilities, we’d also be somehow guilty who, knowing about the fraud, never reported it, as is our legal duty. Unfortunately this is one of the big problems in our society: we don’t accept our share in the responsibilities.

Publicado en Diario YA

Publicado en Diario YA


El fraude llevado a cabo con los cursos formativos organizados por los sindicatos ha sido una práctica duradera e innegable; una de esas realidades vox populi que, a fuerza de impunidad, llegan a considerarse normales; “así es como funciona”, acaba pensando la gente.
Desde luego, no cabe la menor duda del protagonismo y la culpabilidad de los sindicatos, pese a que sus líderes, lógicamente, niegan la mayor… y están en su derecho, como en su derecho a mentir está todo imputado en un delito.
Sin embargo, para hacer honor a la justicia, hay que acusar también a otros no menos responsables que se han beneficiado de la corruptela. Pero, antes, voy a explicar brevemente, para quien lo desconozca, cómo funcionan estos fraudes.
Existen unos fondos públicos para la formación de desempleados, y parte de estos fondos se entregan a los sindicatos para que sean éstos quienes se encarguen de organizar y convocar los cursos. Como es natural, tienen que justificar ante las administraciones donantes el uso que le han dado a ese dinero. Pero ellos no imparten los cursos, sino que, a su vez, subcontratan a academias o profesores autónomos para ese fin. Hasta aquí, todo es razonable. Pero ¿qué sucede en realidad? Pues que, para que una academia o autónomo pueda aspirar a que le adjudiquen el contrato de un curso formativo, los sindicatos le ponen una condición inexcusable: en la factura que la academia expida por sus servicios ha de consignar una cantidad varias veces superior al precio que va a cobrar: el doble, el triple o el quíntuple, según; y este exceso sobre el precio se lo queda el sindicato, que de este modo justifica pagos muchísimo mayores de los que en realidad efectúa. Ahora bien, para cuadrar las cuentas, es necesario que la academia o autónomo pueda a su vez justificar gastos por el importe que los sindicatos se han embolsado, ya que de otro modo sus impuestos se dispararían y no le quedaría ganancia alguna. Pues bien: eso ya está todo pensado y el propio sindicato se encarga de proporcionarles lo que, en el argot, se denomina la contrafactura; o sea, una factura falsa por unos gastos ficticios en los que se supone que la academia o autónomo han incurrido al impartir el curso, gastos imaginarios que minoran los ingresos imaginarios, para que todo cuadre.
Desde luego, el gran beneficiado aquí es el sindicato, que se embolsa cantidades astronómicas de dinero público. Pero también se aprovecha la empresa que realiza el curso, pues su aquiescencia con el fraude le permite acceder a un contrato del que una actitud honrada le privaría. De modo que, como vemos, para que la estafa funcione, hay que contar con la necesaria cooperación de las academias o autónomos; sin esta cooperación, el engaño no sería viable. Y cualquier estudiante de derecho sabe que tan culpable de un delito son sus autores directos como los cooperadores necesarios. Y no olvidemos que un negocio sólo puede ser tan limpio como el menos sucio de sus partícipes.
Aún hay más: si depuramos responsabilidades cívicas, también resultamos en cierto modo culpables todos los que, sabiéndolo, no lo hemos denunciado, como habría sido nuestra obligación ciudadana frente a los delitos de que tenemos noticia. Lamentablemente, uno de los peores problemas de nuestra idiosincrasia es que no somos capaces de asumir nuestra parte de responsabilidad.
¡Necesito un país nuevo!

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